Un microrrelato basado en un sueño
¿A dónde vamos cuando morimos?
Todos en aquella colina, a excepción de Eva, vestían de blanco. Aquellas personas reunidas, tal cual, como si esperaran a alguien. Se percibía mucha paz en aquel lugar, sólo reinaba la calma. Era un paisaje acogedor, caminos de flores, no se veían, ni casas, ni edificios; ¡aunque todos sabían de la existencia de un templo, en el que habitaba el omnipotente! Eva decidió explorar el lugar místico y desconocido para ella, nadie la detuvo e incluso nadie se percató de su presencia en la colina. Era como si todos allí, no eran capaces de verla, ni oírla, aunque ella, tampoco hablaba, solo la voz de su pensamiento escuchaba su conciencia en lo más profundo, y le invitaba a caminar, fue así como siguió un camino nunca visto.
Aquel camino inimaginable para ella, a pesar de lo que había recorrido el tiempo parecía infinito, estaba desolado, la vida era inexistente en aquel lugar, solo había flores, pero no las que ella había visto, aquellas eran absolutamente indescriptibles, e incluso sus colores o matices de una belleza celestial. A lo lejos, se contemplaba la forma de una estructura, algo parecido a un castillo, pensó eso, ¡debe ser el templo, del que referían los de la colina! Siguió avanzando, unas escaleras parecían infinitas. Al fin, llegó a un portal no tocó, parecía que alguien le esperaba. Era una mujer, no vestida de blanco, era un color semejante al metal, fue quien la recibió.
Eva le contempló, y la figura celestial desvaneció en aquel lugar, ante sus ojos, así como ella cayó en un abismo infinito, nunca más volvió a la colina. No obstante, la imagen onírica quedó grabada en el subconsciente de Eva para poder guardarla en los últimos días de su existencia. Siempre supo que allí iría, cuando partiera de la dimensión terrenal, había recibido un mensaje, y, por tanto, su estadía después de aquel sueño cambió su accionar, dedicándose a preparar a otros para el día de su partida a la colina de los escogidos.